12/3/08


Dios, amigos, solo.
a veces,
las palabras son como gritos
interminados,
indeterminados,
indefinidos,
crueles.
Grita al mar que acogerá en sus ondas
la niebla gris de las palabras duras.
Grita. Grita cuanto quieras:
los verbos o son recíprocos
o no se conjugan con el verbo amar.
¿Solo? ¿sólo solo?
Solamente en soledad,
solitariamente solitario
puedes escuchar el solo solitario
del corazón que miente.
Hoy,
la verdad,
está lloviendo.

10/3/08

A Jesús Marvá,
que dicen que se ha ido.
Decirte adiós
es como ponerle puertas
al misterio azul de los ojos que ha cerrado
el silencio inoportuno de tu muerte.
Decirte adiós
es repetir el curso cada curso
en una ESO eterna de historias imposibles,
de utopías obreras,
de martillos y de voces amarillas y hoces clandestinas,
desgastadas de empeño y de suburbios franquistas.
Decirte adiós, Jesús,
es emplazarte
a esa partida de mus que jugaremos
pronto en las estepas del Dante,
o en la sabana florecida del Bosco en primavera,
bajo los dulces allegros de un Mozart redivivo.
Porque al decirte adiós,
me sobran las palabras que se empeñan
en curvas imposibles de nuevos diccionarios,
donde amistad vale tanto
como amor, al fuego del poeta
que canta los arpegios de Salinas.
Que nada nos disturbe este paseo decisivo
de trances lacrimosos a orillas del misterio,
que nada se nos quede en el tintero,
que nada se nos quiebre en el velo de la boca,
que nada se nos ciegue en la lágrima del llanto,
que nada se nos vaya marchando hacia la nada,
que nada se nos cuele entre los dedos para siempre...
Porque no te irás
de la memoria viva que nos une.
Porque no te irás,
decirte adiós, Jesús,
es intentar ponerle
una orla de mar,
de arena y caracolas
a los mismísimos cuernos de la luna
en la que pintas ya solaces serenatas
y ese guiño de luz que nos regalas.