30/3/07

Lamerse las heridas.
La hiena buscaba, entre risotadas de dolor, el abrigo de la sombra segura para lamer despacio sus heridas. Solo entonces dejó de reír y en el silencio cómplice del rincón discreto, se escuchaba rítmico y cálido y amable el roce húmedo atemperando el rigor de la herida.
La hiena y el león y el lobo se lamen sus heridas.
Nunca he aceptado el inmoral moralizar de las fábulas. Ni la zorra, ni el cuervo, ni la cigarra, ni el asno, ni el ratón, ni la grulla, ni el águila, ni el lobo, ni la rana, ni la cigüeña, ni el tordo, ni el mosquito, ni el oso ni el caracol, ni la golondrina, ni la paloma, ni la liebre, ni el carnero, ni la gaviota, ni la tortuga, ni la comadreja.
Nunca he aceptado el almirabado inmoral moralizar de las fábulas. Pero los leones, los lobos y hasta las hienas se lamen sus heridas.
En la noche, el camino multiplica sus meandros e indecibles sonidos imposibles se afirman en las sombras. ¿Dónde encontrar el abrigo seguro que permita el sosiego y la paz que me vuelva animal para lamerme despacio las heridas?
Hay preguntas sin respuesta aparente.
Hay respuestas que ignoran la pregunta en que nacieron al sentido y la vida. Hay respuestas que duelen como heridas, como hay ciudades que no tenían catedral. Llegan tiempos de nuevo de silencio y a despejar las nubes me apresto como loco por ver si el sol recobra su camino. Pobre Faetonte, qué cerca estas de convertirte en fuego, de quemarte en el fuego de quien ciega tu boca y sella tu sonrisa. Ícaro estúpido que remontas el vuelo para caer inane en el vacío del silencio cruel de quien te inspira.
Hay preguntas sin respuesta aparente y metáforas locas que se olvidaron comprar el diccionario.
La hiena en silencio, seguía lamiendo mansamente sus heridas.

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